Buenas noches: No siempre sabemos de donde viene la poesía, pero sí a dónde va: a la gente. Y los que escribimos poemas tratamos de que estos sean comprensibles para los lectores. Aunque hay momentos, sin embargo, en que se trata de un mensaje casi hermético, llegado como por mandato de la naturaleza, y nada podemos hacer más que escribirlo.
Siempre me pregunte “¿Debo escribir?”. Y desde que la respuesta fue si, escribo. Con interés, importancia, pereza, emoción, pero siempre como testimonio de ese apremiante impulso. En mi caso escribo, en primer lugar, porque alguna vez, hace mucho tiempo, comprendí que no podía dejar de hacerlo; es la poesía aquello que nos conforma y de la que prácticamente todo lo demás es un añadido. De ahí que existan tantas explicaciones de la poesía como poetas hay.
Empecé a escribir para mí. Se necesita una fuerza muy grande y muy madura, para poder dar de sí algo propio ahí afuera donde existen muchos buenos y, en parte, admirables legados.
Por esto, no quise comprometerme con motivos de carácter general. Recurrí a los motivos de mi propia vida. Describiendo mis tristezas, anhelos, pensamientos fugaces y mi fe en lo bello, lo esencial y como dice una amiga mía, en las frivolidades. Hice el ejercicio de decirlo con la más reservada, callada y humilde sinceridad. Valiéndome para expresarlo de las cosas que me rodean, de las imágenes que invaden mis sueños y de todo cuanto hace parte de mi maleta, de mis vivencias.
A través de la palabra expreso el afán y la desesperación que dan el no poder callar, el estar condenada a escribir lo que la mente va ordenando según sobreviene, esto en ambas direcciones, de afuera a adentro y viceversa.
Y entonces escribo, para las clases, para los amigos, para la columna y para mí. Resulto en aquel momento que descubrí cosas, sentires y expresiones que no creía tener. Me sentí rica y todo significo desde entonces poesía. No hay lugar alguno que me parezca pobre o me sea indiferente. Lo mejor de todo es que este ejercicio, el de la escritura, reafirma día a día mi personalidad, ensancha mi soledad y en algunas oportunidades se convierte en mi morada. Volverse hacia dentro, sumergirse en el propio mundo, sirve para hacer brotar versos y es cuando a uno ya no se le ocurre preguntar a nadie si son buenos. Son versos, son pedazos de voz, manojos de palabras que amarran vivencias de la propia vida.
El hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido, así la vida encuentra de ahí en adelante caminos propios. Y una obra es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Pues en este modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro.
Comencé a escribir poemas que guardé durante un tiempo y que luego ese mismo tiempo destruyó, cuando, a partir de las lecturas supe que había otra manera de usar esas mismas palabras; supongo que fue el momento en que realmente empecé a ser eso que llaman “una mujer que escribe”. Ese fue mi descubrimiento del poder de la poesía; para ser más exactos, la palabra.
En cuanto al lector, me considero mi lectora primera, con la limitación lógica que es no lograr el distanciamiento adecuado o la dosis de objetividad del ojo ajeno. En mi caso, el lector espera en un segundo plano alejado y medio difuminado, esto en el acto de la escritura.
Cuando escribo, estamos solos yo y lo que ha sucedido en mí que me impulsa a escribir. Alimentada por todo lo que está fuera de mí, estoy sola conmigo.
Para mis textos, querría un lector despacioso, que encontrara las claves de lo que escribí como si se las susurrara al oído. Claro que sé que esta es una visión romántica. He tenido oportunidad de ver a otras personas leyendo escritos míos, sin que ellas tuvieran la ventaja de saber que yo lo escribí, y lo que sentí fue extrañeza total.
Me ha formado como persona que escribe el estar viva. Esto trato de no decirlo como una pedantería, uno nunca sabe a las claras qué forma un poeta. Me he nutrido de textos de otros, tanto como de conversaciones con otros, quiero decir que muchas veces no nos sentimos influenciados en modo alguno por la obra de determinado escritor y nos declaramos pares de sus criterios sobre diversos temas.
Somos lo que nos hacen la circunstancia que vivimos y palpamos, pero si nos pusiéramos “solemnes” diría que somos también todo lo que sucedió desde los primeros hombres, como los de aquellas tribus de cabeza pronunciada en el sitio donde se supone almacenaban los conocimientos logrados por sus antecesores. El tiempo condensa estos conocimientos y llegan ya a nosotros en su esencia, liberados del proceso por el que fueron alcanzados. Por esto y para decirlo en términos gráficos, casi en broma pienso que gracias a eso nuestra cabeza física no crece indefinidamente, pero sí creo, en cambio, y muy en serio, que el espíritu del hombre debe ser más elevado, al menos como tendencia. El poeta muerde esa almendra destilada que va siendo el mundo y lo traduce, se me antoja pensar que el poeta es un tamiz que ve la vida desde si y la re-escribe.
En todo caso, mis poemas empiezan escribiéndose en la cabeza y dando vueltas allí como un gato para acomodarse en su lugar de todos los días. Ese tiempo que el poema pasa filtrándose es mi manera de resolver las cuestiones formales de la escritura. Cuando finalmente lo escribo, suelo hacer pocas correcciones. No sé si le sucede lo mismo a otros escritores, por lo pronto cada uno tiene sus manías creativas, desde escribir sin darle respiro a la pluma o al teclado y almacenar todo ese material, hasta los que escriben y re-escriben -literalmente- los mismos poemas durante mucho tiempo. Alguien alguna vez decía que al hacer mis notas lo hago como si algún tercero me estuviese dictando.
Y puede ser que si, pues los referentes inmediatos casi siempre son los mismos. Podemos parecernos en nuestras claridades y también en nuestras oscuridades. Aunque no tengo claro cuál de estas dos cosas nos une más. El Feng-shui dice que todas las cosas e incluso las personas tenemos un lado blanco y público y uno oscuro u oculto y no son lo mismo de ninguna manera. Es cierto que hay lados oscuros que la persona nunca muestra. Las porciones oscuras que admitimos parte nuestra, de un modo u otro salen a flote en lo que escribimos, así lo siento yo. Tengo esas oscuridades, es más, no creo que exista ser humano sin ellas,
Sobre los temas, escribo de todo: alegría, éxtasis, nostalgia, furtividad. Aunque a veces a alegría pareciera que no es necesario escribirla. Escribo de todo: claro, oscuro, bueno, malo. En la oscuridad, sueño mis sueños oscuros. Pero no albergo sentimientos oscuros hacia los otros seres humanos. La luz, el deseo de la luz, asoma en lo que escribo. De ahí que espero que se tomen su tiempo para leer estos poemas y tal y como lo digo en el libro, ojalá que Dios permita que tengamos alguna vivencia en común. Gracias por estar aquí, por apoyar la obra y desde ya pongo a juicio de ustedes estas palabras de vida que son Vivencias en éxtasis.
Muchas gracias.
Maritza Zabala-Rodríguez
Valledupar, 30 de julio de 2002.